domingo, 19 de abril de 2015

Miradas al Sur | Eduardo Galeano

Un soñador empecinado

Por Oscar R. González. Secr. de Rel. Parlamentarias.


Cuando supe de la muerte de Eduardo Galeano, no me vinieron a la memoria los títulos de sus libros ni algunas de las originales, y célebres, afirmaciones que lo hicieron trascender al gran público, más allá de lo literario. Asomó una imagen que había quedado alojada en mi recuerdo desde una destemplada tarde de agosto de 1976, apenas unas horas antes de salir de la Argentina rumbo al largo exilio mexicano.
En plena Avenida del Libertador, tras despedirme con sigilo de un Eduardo Luis Duhalde clandestino y de sus minuciosas instrucciones sobre cómo colaborar desde el exterior con la denuncia sobre la violación a los derechos humanos que cometía la recién desembarcada dictadura cívico-militar, me topé con una cara conocida. Era Galeano, que bajo aquella recova me susurraba que él también estaba yéndose de una Argentina que se había tornado irrespirable.
Para muchos de nosotros, Galeano fue durante muchos años sinónimo de Las venas abiertas de América Latina. Para las generaciones que nos iniciamos en la militancia en los ’60 y ’70, esa obra era la confirmación de que la exacción imperialista tenía hondas raíces históricas y de que nuestras rebeliones habían comenzado varios siglos antes.
Su nombre estuvo asociado también a proyectos periodísticos culturales inteligentes y osados: la emblemática revista Crisis –que lo tuvo como director–, nacida en una primavera que duró menos de lo que esperábamos, y, al regreso de su exilio en España, el semanario Brecha, heredero del no menos mítico Marcha, en la Montevideo de sus afectos más entrañables.
Pero Galeano fue también un enunciador de sueños, que en su origen no podían ser sino la negación utópica de aquella historia y de ese presente. 
Por formación y convicción, el suyo era un socialismo humanista que depositaba su esperanza en la ruptura con un sentido común que legitima la humillación y el sometimiento como si formaran parte de la naturaleza de las cosas, en la consolidación de poder y autonomía popular frente a la prepotencia de los poderosos, en la construcción de sociedades más justas y más autónomas, más respetuosas con el ambiente, menos subyugadas por el productivismo capitalista. 
Fue, en ese sentido, un verdadero ideólogo de este nuevo siglo donde aquellos sueños alimentaron una nueva militancia que, a lo largo de todo el continente, apoyada en tradiciones distintas y bajo formas también diferentes, no se conformó ya con ser contestataria ni con ser sólo contrapunto retórico y se propuso construir en la vida real una historia diferente.
Galeano no fue ajeno a ese cambio sustancial. Desde sus dichos, sus escritos y su compromiso político fue parte inescindible de ese proceso que lo reconcilió con Latinoamérica y le confirmó que muchas de sus ensoñaciones –que algunos quizás interpretaban con simples ademanes literarios y alegorías voluntaristas– se iban a corporizar en un protagonismo popular que reabriría, como llegó a verlo, las grandes alamedas de la historia continental.

Publicado por Miradas al Sur, el 19 de abril de 2015

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