domingo, 18 de enero de 2015

Página 12

La embestida

Por Oscar González *

Aunque absurda y vergonzosa, la denuncia del fiscal Alberto Nisman no es sino una manifestación más de la brutal ofensiva que tiene por destinataria a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y que persigue destruir todo lo que ella representa y todo lo construido a lo largo de una década por dos gobiernos que plantaron la bandera de la autonomía de la política frente a los poderes corporativos, una afrenta imperdonable.

Nadie que conozca la historia argentina del siglo XX podrá sorprenderse por la agresividad de las diatribas: como ocurrió con Hipólito Yrigoyen, Juan Perón, Arturo Illia o Raúl Alfonsín, las denuncias de supuesta corrupción, de hipotética inoperancia, de imaginario avasallamiento de las instituciones, de teórico vaciamiento de la República, eran apenas la retórica que encubría la embestida contra gobiernos de raigambre popular para imponerles reglas de juego extrañas a la legitimidad democrática, pero funcionales a los intereses del capital concentrado, de los banqueros, de las embajadas extranjeras, de los especuladores financieros, de los terratenientes, de las multinacionales, de los sectores retardatarios de la jerarquía religiosa, de los altos mandos militares, de los propietarios de los grandes medios o, habitualmente, de todos ellos a la vez.

Hoy la historia se repite, aunque, parafraseando a Marx, si la farsa impusiera sus reglas, sobrevendría la tragedia. Algunos memoriosos recordarán que Roberto Dromi, ministro de Carlos Menem, justificó las privatizaciones porque el país se encontraba de rodillas frente a los acreedores. Por entonces, el Banco Mundial teorizaba que, en situaciones objetivas y subjetivas de debilidad y desprestigio de los gobiernos, las sociedades estaban más dispuestas a aceptar reformas promercado, que en otras circunstancias rechazarían. No hace falta recordar que el gobierno alfonsinista fue tumbado por un golpe de mercado y una estampida hiperinflacionaria que crearon las condiciones pregonadas por el Banco Mundial para la irrupción triunfal del neoliberalismo.

Sugestivamente, la expresión de Dromi fue retomada años más tarde por Alfonso Prat-Gay, que se convirtió a la causa “republicana” después de asesorar a Amalia Fortabat, trabajar para la banca Morgan y para el establishment financiero, incluso como presidente del BCRA. Ocupaba aún ese cargo cuando dijo en Nueva York, antes de asumir Néstor Kirchner, que el país había perdido la oportunidad de renegociar su deuda externa. El momento propicio era “cuando el país estaba de rodillas”, había asegurado entonces.

La vocación de tener hincado al gobierno es tan connatural al gran capital como su irrefrenable propensión a ganar lo máximo invirtiendo lo mínimo, en lo posible con dinero de otros. Así como en tiempos de la república oligárquica cuando los gerentes de las empresas inglesas eran diputados o ministros, hubo momentos en la historia posterior a la ley Sáenz Peña en que colonizaron por vía directa o indirecta las agencias más importantes del Estado. A veces, con sus propios representantes políticos o técnicos; otras, mediante la llamada condicionalidad impuesta en los acuerdos con el FMI o el Banco Mundial; en ocasiones, mediante el expediente, todavía más audaz, de colonizar a los propios partidos populares en condiciones de ejercer el gobierno.

La diatriba es así la más cabal expresión del odio y la indignación de una clase privilegiada que se considera destinada a conducir el país prescindiendo de las formalidades republicanas a las que acude literariamente para hacer precisamente lo contrario. Que busca legitimar sus posiciones con el socorrido así nos ven afuera, generalmente extraído de la prensa sajona de derecha, hostil a toda expresión que no comulgue con su manera de ver el mundo y siempre dispuesta a medir la respetabilidad de un país por la tasa de ganancia de las multinacionales y la disposición de sus gobernantes a rendirles pleitesía.

Aunque repetido, no deja de ser llamativo el encanto que ese discurso produce en cierto sector de clase media adicta al dólar, cautivada por una conjetural mano invisible que imaginan cercana y cálida, pero que cada tanto la deja desnuda, en la calle y a los gritos, a la espera de que nuevos populismos la rescaten de la miseria.

La furibunda campaña contra la Presidenta tiene así razones estructurales, simbólicas, culturales, pero también se alimenta de urgencias concretas. No es casual que la renovada ofensiva se produzca en coincidencia con la negativa del Gobierno a aceptar las condiciones extorsivas de los fondos buitre, la fuerza de tareas en la que la oposición desestabilizadora tenía depositada la misión de someter a la Argentina y obligarla a aceptar, otra vez, las exigencias del FMI y el regreso al endeudamiento.

Esa misma oposición mastica frustración y resentimiento por las encuestas que siguen mostrando el sólido respaldo a la Presidenta y la evidente posibilidad de que el proyecto político que ella encarna continúe desplegado tras las próximas elecciones.

Dicho de otra manera, cuando el “fin de ciclo” parecía garantizado, recupera viabilidad la alternativa tan temida. Todas las fichas estaban puestas en minar la credibilidad de la Presidenta, debilitar su natural liderazgo y preparar el clima político para la inevitabilidad del ajuste y un drástico cambio de rumbo. La tarea pendiente, casi accesoria, era seleccionar al candidato, prometerle una campaña protegida y pasar a cobrar por ventanilla el año próximo.

Para frustración de los conspiradores seriales, tan activos en estos días, la realidad va por otro lado: seguimos teniendo Presidenta, seguimos teniendo gobierno, seguimos teniendo pueblo. Es decir, tenemos patria.

* Dirigente del Socialismo para la Victoria, en el FPV. Secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno nacional.

Publicada por Página 12,  El País, pág. 6, el 19 de enero de 2015.


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