jueves, 28 de julio de 2011

Campaña sucia macrista

Mentiras de campaña

Por Oscar R. González*

La investigación judicial que determinará si hubo delito en la complicidad del gobierno porteño y la empresa que planificó la campaña de Mauricio Macri en la instrumentación del mentiroso operativo contra el candidato del Frente para la Victoria, renueva el debate sobre cuáles son los límites éticos de los métodos de captación electoral.
Sobre todo porque la designación del Fino Palacios al frente de la Policía Metropolitana, el desmantelamiento de las políticas sociales en la Ciudad de Buenos Aires o el desprecio por el inmigrante, tienen la misma matriz política e ideológica que la canallada destinada a erosionar las posibilidades electorales de Daniel Filmus.
La crisis de las representaciones políticas, un fenómeno mundial que en la Argentina estalló a fines de 2001, trajo, además del descrédito generalizado de partidos y dirigentes, un vasto aunque impreciso reclamo de renovación de las prácticas políticas, que la sociedad percibía como destinadas a satisfacer intereses personales y de sector antes que al bien común.
Aquí, como en otras partes, la bancarrota de la política como promesa y proyecto extremó las teorías posmodernas sobre el fin de los grandes relatos y postuló que para capturar votos no se necesitan proyectos ni programas ni fervor militante sino técnicas de marketing adecuadas, cuyo vehículo principal es la televisión ya que la imagen lo es todo.
A propósito del triunfo macrista en la primera vuelta de las elecciones porteñas, hay quienes opinan que el bienestar económico habría influido decisivamente en el ánimo de un electorado que habita el distrito de más alto ingreso, beneficiado por añadidura con el aumento sustancial del consumo derivado de las políticas activas que aplica el gobierno nacional.
Semejante contexto habría sepultado el reclamo de participación expresado por esta misma ciudad en 2001, reemplazado por la continuidad y el desentendimiento acerca de quién y cómo gobierna. Se trata de predominancias, claro está, porque toda elección es un entrecruzamiento de voluntades e intereses diversos que sólo pueden homogeneizarse en los resultados. Visto de este modo, se trata de una victoria del apoliticismo, metaforizado por la imagen de Macri bailando debajo de los globos amarillos.
Pero la frivolidad y la vacuidad política no hieren ningún principio ético ni la legitimidad de los resultados electorales. Así, la escena macrista podría ser comparada con una típica fiesta de fin de curso de un selecto colegio privado, si no fuera que una investigación judicial irreprochable desplazó el telón del inocente jolgorio para mostrar, como en el nombramiento del ex comisario Palacios y las escuchas ilegales, la falta de escrúpulos de quienes gobiernan la ciudad.
Por su visibilidad y por ser una práctica de orden público, la política ha sido siempre un ámbito en que la violación de los principios de honestidad y transparencia ha estado en la picota. De hecho, la década menemista dejó como herencia el rechazo visceral a dirigentes y partidos, y hubo que esperar hasta la recuperación iniciada en 2003 para que la política se reencontrase con su contenido de utopía y promesa, incentivando la participación de vastos sectores sociales, notablemente los jóvenes.
No hay ni habrá renovación de la política si partidos y dirigentes no somos capaces de motivar la voluntad de protagonismo y movilización social. Como tampoco la habrá si la transparencia de propósitos y fines no rigen sus actos. Porque si el propósito de sobrevivencia y perpetuación de un gobierno lleva a la mentira más aviesa, a romper las reglas éticas y jurídicas, si no hay principios en sus métodos, la política es, otra vez, una práctica envilecida que, más tarde o más temprano profundizará el descreimiento popular. Justo lo que le conviene a quienes quieren una sociedad sin capacidad crítica, desentendida de su propio destino.

* Dirigente socialista. Secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno nacional.

Publicado por la agencia de noticias Télam y el diario El Patagónico.

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