miércoles, 11 de diciembre de 2013

Tiempo Argentino

Democr/hacia

Hace 30 años, el pueblo argentino iniciaba una larga marcha –que se revelaría incierta y difícil y que no ha concluido– para dejar atrás las dictaduras y recrear un sistema político, económico y social que permitiera garantizar los márgenes de libertad y asegurar mayores niveles de equidad. Con mucho de aprendizaje colectivo, de esperanzas y frustraciones, el balance demuestra que la construcción de una sociedad democrática es un itinerario que entraña, conlleva e incluso reclama tensiones y disputas de intereses, que es un hacia,  incompatible con la utopía reaccionaria de la armonía y la ausencia de conflictos.

Ese camino colectivo encontró desde el vamos las mismas resistencias que hoy perduran detrás de ciertas prédicas. Durante la llamada primavera democrática, Raúl Alfonsín –a quien muchos quieren reconvertir en un hombre cándido y bonachón– enunció y en ocasiones libró batallas contra lo que él mismo llamaba las corporaciones. En casi todos los casos, sus proyectos quedaron truncos o se vio obligado a retroceder, por debilidad propia o por fortaleza de sus enemigos; pero quedaron planteados frentes de conflicto que a comienzos del nuevo siglo aún permanecían abiertos.

Esos retrocesos y la fuerte ofensiva del gran capital y los organismos internacionales de crédito confluyeron en la hiperinflación del '89 y el golpe de mercado que derrumbaron al gobierno alfonsinista e instalaron las condiciones necesarias para la implantación de las reformas pro- mercado recetadas en el Consenso de Washington. Comenzó una etapa oscura, en que la Argentina fue atendida por sus propios dueños que invocando una supuesta  modernización reinstauraron el paradigma neoliberal iniciado por la dictadura.

Las luchas populares, que significaron decenas de muertes en diciembre de 2001, harían que ese modelo volara por los aires y se abriera una nueva etapa, tras sepultar también las fantasías ordenancistas de Duhalde. El 25 de mayo de 2003, Néstor Kirchner enunciaba un programa de gobierno que pocos creían factible, pero que cumpliría al pie de la letra. Su visión le permitió hacer propias las demandas que habían asomado en aquel diciembre de 1983 y en ponerse a su servicio, sin doblegarse frente al tamaño de adversarios mayúsculos, como cuatro años más tarde lo haría su compañera. Aún hoy, contra todos los presagios agoreros, Cristina Fernández sigue construyendo fortaleza política en base a iniciativas que corren límites que parecían inmutables.

Como sucedió con el mejor Alfonsín y con Néstor Kirchner, las luchas democráticas en la Argentina tienen sus momentos más luminosos cuando líderes genuinos sintonizan con las convicciones populares. Al fin de cuentas, la experiencia de estos años demuestra que ese el único modo de derrotar  la amenaza y la extorsión de los poderes fácticos y que la Democracia no es un hecho dado y para siempre, no es un destino inapelable: es un camino,  una construcción peliaguda y una confrontación permanente.

Publicado por Tiempo Argentino, el 11 de diciembre de 2013.


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